Las normas son necesarias, pero si las utilizamos demasiado no dejaremos que los niños se expresen de manera espontánea y natural. Nuestro potencial creativo comienza a adormecerse demasiado pronto y nos convertimos en adultos antes de tiempo; adultos, en muchas ocasiones con traumas y bloqueos, que acaban acudiendo a terapias que te hacen jugar para recuperar al niño perdido. Y es que las personas dejan de jugar porque tienen una concepción equivocada del "ser adulto". Madurar y tener responsabilidades no es incompatible con mantener la ilusión y divertirse. Reír, soñar, jugar...hace que miremos el mundo de forma diferente.
A medida que pasan los años, empezamos a sentir el juego como algo ridículo o como una pérdida de tiempo, sin saber la cantidad de beneficios que puede aportarnos. El juego fomenta la comunicación y mejora las relaciones de los individuos, potencia la creatividad y desarrolla la inteligencia emocional, incidiendo directamente sobre la motivación y la empatía. Por lo tanto, el adulto que juega, igual que el niño, está más preparado para abordar de manera creativa los retos, desarrolla más defensas a la frustración, y expresa de manera más sana sus sentimientos y emociones.
"Los hombres no dejan de jugar porque envejecen, envejecen porque dejan de jugar" Bobby Fischer
PD: ¡Te la quedas!